serendipia

Tras dos semanas de vacaciones en la soleada Escocia, Alexander volvía a su laboratorio. Era septiembre de 1928 y le esperaba una pila de placas de Petri que limpiar. Solo que nunca lo hizo, o eso cuenta la historia alrededor del mito. Un extraño moho había surgido en una de las placas y parecía haber matado el cultivo de estafilococos con el que Alexander (Flemming) había trabajado originalmente. Esta es la historia en tamaño Twitter del descubrimiento por azar de la penicilina y de una de las serendipias más famosas.

Adaptación del serendipity inglés, en español también la conocemos como carambola, suerte, chiripa, potra, fortuna, casualidad… Pero el término serendipia tiene matices. El azar juega un papel importante, pero el ingenio científico para darse cuenta de la importancia del hallazgo, para no tirar la placa de Petri mohosa a la basura, es igual de relevante. La ciencia y la tecnología le deben mucho, pero, ¿cuánto?

Un puñado de serendipias curiosas

La frase más emocionante que se puede escuchar en ciencia no es “¡Eureka!” sino “qué raro…”. La cita se le atribuye al bioquímico y escritor Isaac Asimov. Cuántos descubrimientos por azar. Cuántos avances se han producido mientras se buscaban otras cosas. Cuántos nuevos materiales y sustancias desarrollados por accidente.

Por rebatirle (osadamente) a Asimov, el famoso Eureka salió de la boca de Arquímedes cuando, dicen, se estaba bañando y se fijó en el volumen de agua que desplazaba su cuerpo al sumergirse. Su ingenio hizo el resto y, mientras corría por las calles de Siracusa sin ni siquiera haberse vestido, se desarrollaba en su cabeza uno de los principios físicos más destacados de la historia.

Serendipia fue también la de Carles Goodyear, aunque esta algo más torpe. Mientras investigaba con el caucho, se le cayó un recipiente de azufre y otro de caucho encima de una estufa. Su capacidad le hizo pasar del enfado por su torpeza al descubrimiento de la vulcanización, indispensable en la revolución automovilística.

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