¿Cuántas veces modificamos la primera impresión que tenemos sobre algo o alguien? ¿O cambiamos nuestras ideas políticas? ¿Cuántas veces al día reconocemos que nos equivocamos? Si eres un Homo sapiens, la respuesta es, probablemente, muy pocas o ninguna.
Sin embargo, sí nos gusta escuchar los argumentos que apoyan nuestra forma de ver el mundo. Nos fascinan las opiniones que refrendan la nuestra. Buscamos información que nos diga que tenemos la razón. No es una cuestión de datos u objetividad. Es que no somos tan listos como creemos.
Un enigma llamado razón
Mucha gente cree que las vacunas provocan autismo. Sus argumentos son variopintos. Como consecuencia, deciden no vacunar a sus hijos. Da igual los datos que tengan delante. Da igual que vean el cambio en los patrones de mortalidad infantil antes y después de las primeras campañas de vacunación. En un momento decidieron, guiados por emociones, que ser antivacunas era parte de su relato del mundo, de su forma de entender nuestra sociedad. Del resto se ocupa nuestro cerebro. Llega a las conclusiones que quiere llegar (si no lo forzamos a lo contrario).
Las limitaciones de la razón humana empezaron a estudiarse en los 70. Hoy, cada vez menos investigadores de las ciencias cognitivas dudan de que no somos tan inteligentes como nos gusta creer. O, mejor, no somos tan razonables. Al menos, según la primera definición de ‘razón’ en el diccionario como ‘facultad de discurrir’.
Hugo Mercier es investigador en el instituto de ciencias cognitivas de Lion, Francia. Dan Sperber ocupa un rol similar en la universidad de Budapest. Ambos llevan años trabajando sobre una misma pregunta: ¿por qué y cómo razonamos los humanos? Acaban de publicar un libro, The Enigma of Reason, que resume parte de sus teorías. Resulta que la razón no era lo que nosotros pensábamos que era.
Seguir leyendo en Blog Lenovo.