robots esclavos

Robots que nos hacen de comer y bailan para nosotros. Que nos cuentan chistes y tocan el piano. Inteligencias artificiales que regentan burdeles y bares. Robots a los que podemos maltratar o adorar, matar o cuidar. Máquinas que son nuestros siervos.

Así es el mundo que plantea, desde la ficción, la serie ‘Westworld’ y su parque temático de robots. Un mundo que pone sobre la mesa una serie de dudas que el ser humano lleva años planteándose.

Darle órdenes a una aspiradora robot plantea pocas preguntas éticas. Pero, ¿qué pasaría si esa máquina dejase de ser una simple herramienta para despertar, poco a poco, a un mundo de sentimientos y consciencia? ¿Qué pasaría si la inteligencia artificial un día se liberase de las ataduras de los algoritmos programados? Si los robots llegan a ser tan complejos como los del parque de ‘Westworld’ o los androides de ‘Blade Runner’, ¿cuánto tardarán en convertirse en nuestros esclavos?

Suficientemente humanos para ser esclavos

“En 1863, Abe Lincoln liberó a los esclavos. Pero, en 1965, ¡la esclavitud volverá! […] La esclavitud está aquí para quedarse”. Así arranca un artículo publicado por O. O. Binder en Mechanics Illustrated en 1957. No había pasado ni un siglo de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, pero el país ya fantaseaba con poner las máquinas a su servicio.

Desde que existen registros históricos escritos, existen registros de la existencia de la esclavitud. Bajo esta polémica relación de producción, una persona, el esclavo, es propiedad de otra, el amo. Uno ordena y otro obedece, y el esclavo no dispone de la mayoría o ninguno de los derechos que hoy, en muchos países, se consideran fundamentales.

“No hay dudas de que somos dueños de los robots. Los diseñamos, los fabricamos, los poseemos y los operamos. Son nuestra responsabilidad. Determinamos sus objetivos y su comportamiento, ya sea al especificar su inteligencia o al especificar la forma en que adquieren su propia inteligencia”, señala Joanna J. Bryson en uno de los artículos recogidos por la Universidad de Oxford en ‘Close Engagements with Artificial Companions: Key Social, Psychological, Ethical and Design Issues’.

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