Desde el pasado 12 de febrero, Manuel Olivera ha ido recuperando, poco a poco, su rutina. Durante los dos meses anteriores, su vida no tuvo nada que ver con la oficina de Ferrovial en la que ahora pasa ocho horas al día. Sus jornadas transcurrían bajo un sol que no se ponía nunca. A temperaturas máximas de 20 grados negativos. Y a los mandos de un Trineo de Viento que ha hecho historia en la exploración e investigación antártica española.
“Lo mejor de volver a la rutina es comprobar que puedes volver a la rutina. Porque cuando te vas a la Antártida dos meses se te olvida por completo tu vida anterior. No sabes ni lo que hacías ni qué has dejado atrás”. Ya en Madrid, Manuel Olivera repasa su tercera expedición a bordo de este vehículo polar ideado por el explorador Ramón Larramendi. 53 días y 2.538 kilómetros sobre el continente helado cargados de aventura y ciencia.
Liofilizar una fabada asturiana
Afrontar una misión de cerca de dos meses en la Antártida requiere mucho entrenamiento. Pero, sobre todo, mucha preparación logística. Las semanas antes de salir de Madrid fueron frenéticas para el equipo formado por Olivera, Larramendi, Hilo Moreno e Ignacio Oficialdegui. “Lo llevamos bien, aunque surgieron cosas de última hora que piensas que van a ser fáciles, pero se complican. Por ejemplo, los liofilizados”, recuerda Olivera.
“Se los encargamos a un amigo que ha participado en expediciones anteriores. Ahora ha montado una empresa de liofilizados para navegantes. Éramos su prueba piloto. No nos entregó la comida hasta el mismo día que nos íbamos”. Eso sí, la espera y la tensión parece que merecieron la pena a juzgar por el menú. 10 platos diferentes incluyendo fabada asturiana, lentejas con chorizo o bacalao con patatas.
La preparación logística no terminó en Madrid. El equipo estuvo casi una semana en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, con los últimos preparativos. “Sobre todo, coser y pegar logos de última hora de los espónsores y comprar comida como arroz, galletas o azúcar”. Después llegó el traslado a la base rusa en la Antártida de Novolazárevskaya, donde la indisposición de Hilo Moreno les dio tres días más de margen para prepararse. “A mí me dio cierto alivio. Me resultaba estresante pensar que en una hora íbamos a pasar de cero grados a menos 25”, explica Olivera.
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