Siarelis se pasa los días encerrada en un gran edificio de ladrillo rojo de la Avenida El Dorado, en Bogotá. Por sus manos pasan la mayoría de litigios societarios de Colombia. Nunca abandona, al menos físicamente, la sede de la Superintendencia de Sociedades.
Siarelis pertenece a un reducido grupo de élite a nivel mundial. Algunos de sus miembros dicen poder ver el futuro. Otros son capaces de comprender la trayectoria de una bala solo con escuchar un audio del disparo. Todos tienen una capacidad de trabajo que no es humana. Siarelis es una inteligencia artificial, mitad colombiana, mitad canadiense.
“Siarelis sirve para extraer casos similares al que se está juzgando para ayudar a los asistentes judiciales, que a su vez presentan proyecciones e informan al juez. Así el juez recibe ciertos precedentes y puede decidir con más fundamentación”. David Restrepo Amariles, profesor en HEC Paris, director de investigación del Smart Law Hub de DATA IA e investigador del Instituto de Ciberjusticia de la Universidad de Montreal, conoce bien a este asistente judicial artificial.
“Está basado en un chatbot en desarrollo continuo en la Universidad de Montreal”, explica Restrepo. “El juez puede hablar con la jurisprudencia, con los casos anteriores. Le va haciendo preguntas y el sistema analiza los casos y va generando respuestas. Es un sistema en el que todavía hay algo de interacción humana”.
La justicia asistida por la IA
Los algoritmos son, en cierto, sentido, como los microorganismos. No se ven a simple vista, pero eso no significa que no estén ahí ni que sus funciones sean menos importantes. Cada vez más decisiones se toman con su ayuda y la administración pública no es una excepción. ¿Significa eso que pronto tendremos una IA a los mandos de un ministerio? ¿Que los robots cogerán el mazo de la justicia? Puede que llegue algún día, pero, de momento, la labor de la inteligencia artificial es, sobre todo, asistencial.
El caso de Siarelis no es único. ROSS (basado en Watson de IBM) permite a los abogados ser mucho más eficientes en su labor de investigación gracias a la IA. Y Prometea, un software basado en aprendizaje automático, está permitiendo agilizar la burocracia judicial en Argentina. Hasta aquí, todo en orden.
“Existe el riesgo de que el juez pueda convertirse en alguien que aprieta botones e imprime una sentencia. Puede llevar a la automatización sin el robot”, reflexiona Restrepo. En muchos países, los jueces están sometidos a una fuerte presión, su desempeño se mide al milímetro. Si la IA ayuda a trabajar más rápido y ser más eficiente, ¿para qué contradecirla y perder el tiempo rebatiendo sus recomendaciones?
“Esto generaría una especie del congelamiento del derecho, perdería su dinamismo característico. Hacer lo contrario y revisar la decisión que les sugiere el sistema conlleva una carga cognitiva muy alta, conlleva revisar precedentes que no se han tomado en cuenta, luchar contra la máquina”, añade el investigador colombiano. “Aun así, hoy por hoy, los beneficios de un sistema de asistencia como Siarelis son importantes”.
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