Entre los colonos que fundaron Jamestown, el primer asentamiento británico en América, muchos nombres pasaron a la historia. El de John Smith es quizá el más conocido gracias a su romance con Pocahontas. Sin embargo, este marino inglés no es recordado por haberse resistido a los encantos de una piedra que enloqueció a muchos.
El capitán de la expedición, Christopher Newport, sí sucumbió a su deslumbrante brillo. A orillas del río Potomac, en territorio de los indios Patawomeke, Newport encontró un gran depósito de arena mezclada con oro. Recogió más de 1.000 toneladas que mandó de vuelta al reino británico, desoyendo las advertencias de John Smith. Esperaba fama y encontró mofa, el oro no era más que pirita. Y así, el de Newport se convirtió en uno de los primeros casos documentados del poder del oro de los necios.
La pirita, o sulfuro de hierro, es un mineral bastante común en la Tierra. Su color y brillo la hacen similar al oro y han hecho perder la razón a muchos en el planeta azul. Y puede también que a algunos de nuestros vecinos marcianos (si hubiesen existido). La pirita también es muy común en el planeta rojo y, lo más importante, ha resultado ser clave para resolver un enigma que ha traído de cabeza a los científicos durante las últimas décadas.
El óxido imposible
Marte es un viejo conocido de los habitantes de la Tierra. Las primeras referencias escritas de su existencia son de los astrónomos egipcios, 1.500 años antes de Cristo. Pero es probable que el ser humano ya hubiese reparado antes en el planeta rojo. Su nombre se lo debe a los romanos, pero su color poco tiene que ver con el dios de la guerra.
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